El psicólogo es un profesional especializado, un científico del comportamiento humano. Su trabajo lo desarrolla, cada día, con personas que se encuentran en un momento difícil de su vida o que se enfrentan a un problema que requiere el análisis y la asesoría de un especialista. El psicólogo cuenta con herramientas metodológicas y con técnicas para realizar una evaluación, establecer un diagnóstico y proponer un tratamiento para abordar los problemas de sus clientes y para ayudarles a entender los motivos de su malestar. Pero estos especialistas de la mente humana no sólo resultan útiles en situaciones críticas; bien al contrario, proporcionan recursos y estrategias para prevenir posibles problemas que nos ayudarán a sentirnos más estables y fuertes en el día a día.

Un matiz: en la consulta no es imprescindible abrir nuestra intimidad desde el primer momento; el cuándo y el qué contar al especialista es una opción personal. El ritmo del proceso de esa implicación y sinceridad que se requiere para que el psicólogo conozca las características y alcance de nuestro conflicto interno puede establecerlo el propio cliente, que actuará movido por su necesidad o por la decisión personal de contar al especialista lo que le ocurre. Esta comunicación fértil se produce normalmente en ese deseable clima de confianza y seguridad que surge cuando percibimos que el especialista nos garantiza confidencialidad y comprensión. Y cuando sabemos que no va a emitir, sobre nosotros, juicios que puedan herir nuestra sensibilidad. Las primeras impresiones, como la de haber sido escuchados y respetados y de sentirnos bien atendidos técnicamente, así como la de “conectar” con su forma de ser y con sus métodos y terapias, determinan en buena medida si el paciente optará por ese especialista e, incluso, el éxito del trabajo terapéutico a emprender.

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