Ese es el mejor momento para decidirse por una terapia de pareja: cuando empiezan los problemas. Lo usual es que las parejas acudan cuando la relación está ya tan deteriorada que realmente resulta muy complejo recuperar aquella situación ideal inicial de la pareja.
Hay que tener en cuenta varias cosas:
a) No hay soluciones milagrosas; la terapia suele exigir de ambas partes un compromiso serio de trabajo.
b) Ambas partes suelen hacer ‘culpable’ de los problemas a la otra. Esta atribución es una de las primeras que hay que desmontar. La pareja es cosa de dos (los problemas también…).
c) El trabajo iría sobre parcelas concretas de la relación que se hubieran estropeado o que haya que mejorar, y en clarificar los sentimientos. Normalmente los problemas de comunicación están en la base; otros pueden ser las relaciones sexuales, el reparto de tareas domésticas, el uso del poder y la dominación, los criterios de educación de los hijos, la existencia de infidelidades, la rutina y el hastío, la anulación de alguno de los miembros,…
d) La terapia buscará que el resultado final sea el mejor para los dos, y así sea vivido, ya sea el mantenimiento de la pareja o su disolución (resultado que se irá aclarando durante la terapia).